Por Bruno Cortés
La votación que confirmó a Ernestina Godoy en la Fiscalía General de la República exhibió la falta de cohesión en la bancada panista y profundizó las dudas sobre el liderazgo de Ricardo Anaya en el Senado.
La sesión que dio luz verde al nombramiento de Ernestina Godoy como fiscal general dejó al descubierto una fractura interna que el PAN intentó ocultar sin éxito. Pese a que la dirigencia nacional había instruido votar en contra, tres senadores panistas respaldaron el nombramiento y otros diez anularon su voto, desmarcándose abierta y silenciosamente de la línea partidista. El quiebre dejó a la vista un problema mayor: Ricardo Anaya, coordinador del grupo parlamentario, no logró mantener unido al bloque ni garantizar disciplina interna.
La bancada panista había presentado un frente aparentemente sólido en su rechazo a Godoy, alegando motivos de autonomía institucional y críticas a su gestión en la Ciudad de México. Sin embargo, la votación reveló que el control interno era más frágil de lo que se admitía. De los integrantes del grupo parlamentario, solo seis acataron estrictamente la postura del partido. El resto actuó por cuenta propia.
El caso más visible fue el del senador Agustín Dorantes, quien justificó su voto a favor como un acto de responsabilidad hacia la coordinación en materia de seguridad en Querétaro. Su explicación puso en evidencia la existencia de agendas locales que se anteponen a la directriz nacional y que Anaya no logró conciliar. Los votos nulos, por otra parte, mostraron un descontento silencioso que también escapa a la conducción del coordinador.
Esta división interna recuerda inevitablemente lo ocurrido años atrás en el PRD bajo el liderazgo de Miguel Ángel Mancera. En aquel entonces, la bancada perredista comenzó a diluirse hasta convertirse en una fracción testimonial. Senadores que inicialmente respaldaban al exjefe de Gobierno fueron desmarcándose, saltando a otros partidos o alejándose de la agenda común. La falta de cohesión terminó por erosionar la capacidad de interlocución del PRD y aceleró su declive legislativo.
La analogía es pertinente: cuando un coordinador parlamentario no logra controlar a su bancada, el mensaje hacia afuera es de debilidad, pero hacia adentro es de pérdida de autoridad real. Mancera lo vivió con una desbandada progresiva; Anaya enfrenta hoy un escenario similar, no por falta de exposición pública, sino por la dificultad de alinear intereses regionales, ambiciones electorales y desacuerdos internos.
Además, este episodio llega en un momento en que el PAN busca recomponer su identidad tras los resultados electorales recientes. La dirigencia nacional enfrenta tensiones acumuladas y una militancia que exige autocrítica. En ese contexto, la incapacidad para mantener unidad en una votación estratégica reduce la fuerza del mensaje opositor y debilita la narrativa de cohesión que el partido intenta proyectar.
El resultado final del proceso en el Senado no solo significó la ratificación de la nueva fiscal general. También marcó un punto de quiebre para el PAN, que se exhibió dividido, sin control de su bancada y con un liderazgo cuestionado. La pregunta ahora es si Ricardo Anaya logrará recomponer las relaciones internas o si la bancada panista seguirá el camino que en su momento llevó al PRD a perder relevancia legislativa.
Al final, lo que quedó claro en la sesión no fue únicamente la mayoría que respaldó a Godoy, sino la imagen de un PAN fracturado. Una fotografía parlamentaria en la que el coordinador panista, pese a su trayectoria política, no logró imponer cohesión ni autoridad en el momento en que más se necesitaba.
